viernes, 26 de febrero de 2016

Memorias de una mujer sin piano

En 1925 Jeanne Rucar conoció en París a un joven español, aspirante a director de cine, Luis Buñuel. Desde entonces sus vidas quedarían ligadas para siempre. Una larga historia de amor y de total renunciación. Jeanne lo abandonó todo para seguir a su marido. A cambio, Buñuel no pudo vivir sin ella, sin la certeza de su presencia siempre asequible. Hombre de fantasía desbordada, de sueños cosidos en cintas de celuloide; hombre de vida privada, tan privada que convirtió su casa en su castillo y a Jeanne en su prisionera-dama. Lo interesante de estas memorias es el contraste entre el hombre que pesa, ordena, manda, y la mujer que guarda silencio, acepta, se somete voluntariamente. El contraste entre la vida pública y la vida privada, entre el mundo frívolo y permisivo del cine y el ambiente moral y austero de la casa. Gracias a una mujer como Jeanne, Buñuel pudo ser Buñuel.

Jeanne Rucar de Buñuel.

Nació en La Madeleine, al norte de Lille, en 1908. Al terminar la Primera Guerra Mundial su familia se trasladó a París. Fue entonces cuando Jeanne descubrió sus dotes para la gimnasia y la música. Recibió lecciones de piano y se formó como gimnasta en la academia de madame Poppart. En 1924 fue seleccionada para participar en las Olimpiadas donde obtendría una medalla de bronce. Un año más tarde conoció al que sería el amor de su vida, Luis Buñuel. Tras varios años de noviazgo se casaron en París en 1934. En 1939 abandonaron Francia rumbo a Estados Unidos donde residirían, entre Los Ángeles y Nueva York, hasta 1945, año en el que se instalaron definitivamente en México. El matrimonio Buñuel tuvo dos hijos: Juan Luis (París, 1934) y Rafael (Nueva York, 1940). Tras la muerte de Luis Buñuel en 1983 Jeanne se planteó escribir sus memorias, pero la pérdida de visión que padecía dificultó el proyecto. En 1990 se hizo realidad a través de la escritora Marisol Martín del Campo que las transcribió. Jeanne Rucar murió en Ciudad de México en 1994 a la edad de 86 años.

Vida hogareña. Marilynne Robinson

Marilynne Robinson cuenta en éste, su primer libro, la historia de una familia devastada, arrastrada por los golpes del destino que parece oponerse con terquedad a cualquier voluntad de construcción. La lucha de Ruth y Lucille por alcanzar la edad adulta ilumina espléndidamente el precio de la pérdida y la supervivencia y el peligroso y profundo impacto de lo que parece pasajero.
Vida hogareña es la historia de Ruth y de su hermana menor, Lucille, que crecen a merced del azar, primero al cuidado de su abuela, una mujer sensata y responsable, a continuación de dos cómicas tías abuelas solteras y negadas para todo, y finalmente de Sylvie, una mujer excéntrica y disparatada, hermana de su madre. La casa familiar está en el pequeño pueblo de Fingerbone, a la orilla de un lago. Los abuelos de Ruth y Lucille habían construido una familia estable con sus tres hijas, con valores sólidos y principios respetables. Una noche, el tren en el que el abuelo regresaba de un viaje de trabajo, se precipitó al lago sin que hubiera supervivientes. Y unos años más tarde, la madre de Ruth y Lucille, tras dejar a las niñas con su abuela, despeñó su coche al lago desde un acantilado en un espectacular suicidio.

Los bajos fondos de Nueva York por Luc Sante

Este libro no trata sobre la historia canónica de Nueva York. No hay inmigrantes pobres que dan la vuelta a su fortuna, ni filántropos dadivosos inaugurando hospitales, ni bardos que gloriquen sus rascacielos. Este libro es más bien un desfile de rufianes —en bandas callejeras, en partidos políticos o en uniforme de policía— y de desheredados —quienes quedaron en la cara oculta del progreso por convicción o porque no les quedó otra—. Y también es un libro sobre los callejones y las casas de vecindad por las que arrastraron su vida y se divirtieron desde 1840 a 1919. Este libro es una compilación de los mitos sobre los que se asienta el reverso sombrío del Nueva York actual.
Bajos fondos. Una mitología de Nueva York de Luc Sante. Traducción de Pablo Duarte para Libros del K.O.

martes, 16 de febrero de 2016

Gratitud. Oliver Sacks

"No puedo fingir que no estoy asustado . Pero mi sentimiento predominante es el de gratitud. He amado y he sido amado; he recibido mucho y he dado algo a cambio; he leído, y viajado, y pensado, y escrito. He tenido relación con el mundo, la especial relación de los escritores y los lectores.
Por encima de todo, he sido un ser sintiente, un animal pensante en este hermoso planeta, y eso, por sí solo, ha sido un enorme privilegio y una aventura".


En febrero de 2015, Oliver Sacks recibió la noticia de que el melanoma que le habían diagnosticado en el ojo diez años antes había hecho me- tástasis y ahora le afectaba al hígado. Se trataba de un tipo de cáncer con muy pocas opciones de tratamiento, y los médicos le pronosticaron que no le quedaban más de seis meses de vida. A los pocos días escribió el ensayo «De mi propia vida», en el que expresaba su inmenso sentimiento de gratitud por haber tenido una existencia plena tanto en el plano vital como en el intelectual. Poco más de un año antes, había completado su apasionante autobiografía En movimiento.
Los cuatro ensayos que forman este volumen componen una suerte de coda a ese libro, una visión panorámica de la vida desde el punto de vista de alguien que encara la muerte con aceptación pero sin renunciar a su deseo de «morir al pie del cañón». En el primero de ellos, «Mercurio», nos habla de las «delicias de la vejez», de ese punto en el que uno es consciente de la fugacidad de la vida, de la belleza, y con ochenta años es capaz de tener una visión de conjunto del fragmento de historia que le ha correspondido. En «De mi propia vida», con una lucidez y una serenidad envidiables, hace balance de una existencia que muchas veces ha sido difícil pero que ha tenido numerosas recompensas: la mayor de ellas, el privilegio y la aventura de vivir. En «Mi tabla periódica», Sacks evoca su afición a las ciencias físicas y a los elementos de la tabla periódica, que ha ido coleccionando a lo largo de los años y que simbolizan la energía que todavía le sustenta. Y en «Sabbat», por último, recoge su complicada relación con la religión de sus padres, el judaísmo, hasta que se reconcilia con la «paz del sabbat, de ese mundo detenido, de ese tiempo fuera del tiempo».
Lo que en última instancia nos lega Oliver Sacks en estas páginas es la gratitud del título: a la vida, a sus seres queridos, y a nosotros, los lectores, con quienes a lo largo de más de tres décadas ha mantenido ese diálogo tan especial sólo accesible a los grandes escritores.

El queso y los gusanos. Carlo Ginzburg

Norte de Italia, finales del siglo XVI. El Santo Oficio acusa de herejía a un molinero, Domenico Scandella, al que todos llaman Menocchio. El procesado sostiene que el mundo se originó en «un caos» del que surgió «una masa, como se hace el queso con la leche, y en él se formaron gusanos, y éstos fueron los ángeles». A lo largo de dos procesos inquisitoriales la peculiar cosmogonía del reo se opone tozudamente a la de aquellos que le interrogan.
A partir del análisis de las creencias de Menocchio —finalmente declarado culpable y sentenciado a arder en la hoguera— y de los expedientes judiciales del caso, Carlo Ginzburg reconstruye en este clásico contemporáneo un fragmento de la llamada «cultura popular» —condenada, en general, al ostracismo— que se erige, por su singularidad, en símbolo de su tiempo y en una especie de eslabón perdido de un mundo oscuro, difícilmente asimilable al presente, pero del que de alguna manera somos deudores.